Un ‘palanganero’ pieza destacada del mes de junio en el Museo Etnográfico de Muriedas
- Escrito por Radio Camargo
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Un ‘palanganero’ de hierro, esmalte y madera de principios del siglo XX procedente de San Andrés de Valdelomar es la pieza destacada del mes de junio en el Museo Etnográfico de Muriedas. Fue donado al Museo en el año 2009 y forma parte del ajuar doméstico que se utilizaba para el aseo personal.
El agua es un elemento imprescindible para la vida del hombre. Entre los usos que ha tenido históricamente en Cantabria, se pueden mencionar el aprovechamiento de la fuerza de las corrientes para usos industriales (pisas o batanes, molinos harineros, centrales eléctricas, etc.) y su utilidad como medio de transporte; su comercialización embotellada (Agua de Solares, Corconte) y la rentabilización económica que prodigó el valor terapéutico que se les confería a algunos de sus manantiales (balnearios) y playas; sin olvidar la importancia de mares y ríos como fuente de sustento, lo que incluye su provecho en la labor agrícola y ganadera. Así, se puede afirmar que el agua ha estado y está presente en todos los ámbitos de la vida y, por lo tanto, que es parte esencial del patrimonio natural y cultural de una sociedad.
En el entorno doméstico, el agua ha sido un componente fundamental, tanto que la existencia se organizó, durante siglos, a partir de uno de sus condicionantes principales: su disponibilidad y, consecuentemente, su utilización de forma restringida. En esta esfera, la tecnología no empezó a avanzar hasta finales del siglo XVIII, aunque se trató de una evolución lenta y no coordinada. Los usos y costumbres de limpieza personal eran, por lo tanto, muy distintos hasta que, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, no se empezaron a reservar espacios exclusivos en la vivienda donde alojar los aparatos portátiles necesarios para el aseo íntimo. En esa misma línea, no fue hasta los umbrales del siglo XX, aproximadamente, cuando las conducciones de agua corriente y los sistemas de alcantarillado se pusieron en marcha. Paralelamente, el desarrollo de la medicina científica estimuló que la higiene comenzara a ser una preocupación de la población, como método de combatir las enfermedades contagiosas y, en consecuencia, de conservar la salud.
Hasta entonces, el agua había que ir a buscarla a la fuente, sacarla del pozo o, incluso, traerla del río. Esta labor, eminentemente femenina, se desarrollaba diariamente con el fin de mantener la provisión para toda clase de usos (beber y guisar, fregar y lavar, etc.); no obstante, el acarreo de una mayor cantidad de agua de la que podía llevar una persona con su propia fuerza generó el oficio de aguador, sobre todo en las ciudades y grandes poblaciones, para el reparto y venta del agua a domicilio. De su transporte y posterior almacenamiento son fiel testimonio diversos objetos que atesora el Museo Etnográfico de Cantabria. Entre los primeros, cabría señalar especialmente los cántaros, pero también las carretillas-cantareras o las angarillas de mimbre, los serones de esparto y las aguaderas de hierro, colocados en caballerías, cuando la fuente estaba lejos o el acarreo era notable. Dentro de los segundos, de nuevo los cántaros, esta vez sobre cantareras, y las tinajas, y otros recipientes más pequeños para facilitar su consumo, como jarras y vasos.
Para el aseo personal, se utilizaban los palanganeros, enseres que acondicionaban una palangana a la altura necesaria para lavarse con comodidad; de madera o metal, eran más o menos sofisticados en función del poder adquisitivo de las familias, llegando, incluso, a incorporar espejos móviles gracias a la prolongación de las patas traseras. Principalmente, se localizaban en los dormitorios aunque también podía haber otro, bien en la antesala, bien en la cocina. La jofaina y el cubo, con su tapa, se complementaban con una jarra de loza o metal que, en los casos más lujosos, podía llegar a formar un pequeño juego de piezas junto a la jabonera y el vaso, entre otros elementos.
El palanganero que protagoniza esta pieza del mes se compone de un mueble de hierro, forjado y pintado en blanco, formado por tres varillas verticales dobladas en curva por la parte superior. Estas tres patas, que presentan los extremos inferiores ligeramente abiertos, sostienen dos aros paralelos mediante sendos remaches: uno próximo a la base (aproximadamente a un tercio de su altura) para sostener el cubo, y otro en la parte superior, para apoyar la palangana, con una pletina curva soldada en la que habría de colgarse la toalla. El conjunto se completa con tres piezas de hierro, esmaltadas en blanco, cuya nota decorativa viene proporcionada por el estrecho filete azul que bordea el labio redondeado de cada una de ellas; cabe señalar que, en algunas zonas de la superficie de las mismas, el esmalte está saltado y se deja ver oxidación.
La palangana es cóncava, de borde exvasado y desagüe cerrado con tapón metálico; en la base plana, lleva estampado en negro un motivo, a modo de firma o marca, que representa a un hombre embotellando una garrafa manualmente. El lavabo desagua sobre un cubo cilíndrico, en cuya base se adivina, también, el dibujo ya mencionado. Ornamenta su superficie con dos franjas de resaltes en forma de tres anillos, circundando toda la pieza. En la parte superior, nacen dos argollas fijas por las que se pasa un asa curva, de grueso alambre, con los extremos en forma de gancho y con un mango torneado en madera. El cubo tiene una tapa en forma de embudo, que se cierra con tapón, una pieza circular articulada bajo el vertedor.
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